No sé que título debe llevar el exilio
Pero si sé que no se borra. Llevo 11 años convenciéndome de ello.
Hace 11 años a esta hora, estaba volando. O quizá estaba haciendo una escala en el aeropuerto de Lisboa. Es curioso, hace unos 60 años, mi papá estaba emigrando de Portugal a Venezuela.
Yo hace 11 años que volé de Venezuela a Portugal y de Portugal a España. Y desde entonces, aquí sigo. Soy Josi Ferreira, nací en Venezuela hace 32 años.
He crecido escuchando Fados y Joropo.
He bailado el Alma Llanera y el Bailinho da Madeira con la misma emoción.
He comido arepas rellenas de bacalao.
Treinta y dos años después me doy cuenta de que he crecido entendiendo y queriendo a dos culturas diferentes. Entendiendo el portuñol de mi abuela y hablando con mi acento, que tiene la particularidad de terminar todas las palabras con una H.
Treinta y dos años después no soy ni de aquí ni de allá. No vivo en Venezuela, tampoco en Portugal. Vivo en Valencia, España.
Entiendo el Valenciano, sé decir gracias en Euskera, el Gallego me resulta familiar y acogedor, el Catalán no me encanta. No conozco mucho del sur, pero me encanta el flamenco. La paella y el alioli son parte de mi ADN. Las terrazas, las tapas y las cervezas, brotan por mi piel. Digo vale, muchas más veces de las que quisiera y algún “vosotras” se me cuela y me enreda la lengua. La S sigue y seguirá sonando de primera cada vez que digo zapato.
La nostalgia se ha quedado a vivir dentro de mi alma, la añoranza de recordar lo que ya no existe y a los que ya no están. Tengo pesadillas cada tanto que me llevan a perseguir una casa en la que nunca consigo entrar y que guarda en su interior todos los recuerdos de mi infancia. Los que mi mente no ha podido almacenar. Las fotos, los recuerdos, las risas y los llantos grabados en las paredes de mi habitación. El árbol que se veía desde mi ventana, el desarrollo de mi estatura se medía y grababa en su corteza.
¿Será qué existe todavía? Me pregunto.
¿Será que la entrada de mi pueblo sigue oliendo a fresas con crema?
¿Será que el cielo sigue igual de azul y los atardeceres rosados que me regalaba el caribe, que se escondía detrás de la montaña siguen existiendo?
¿Será que todo lo que veía y me hacía feliz de mi país sigue existiendo sin que yo lo vea, lo huela o lo saboree?
Me he excedido en la repetición de los “será” pero es que, así se repite ella en mi mente inconscientemente. Porque sigo, yo sigo funcionando hasta que el corazón me late tanto que tengo que detenerme a escucharla y llorarla en la distancia. Y a seguir queriendo también a otra, que con su mar mediterráneo me abraza cada verano.
Soy una inmigrante afortunada, privilegiada y aun así, hay una huella de exilio en mi corazón que creo que no se borrará, que forma y formará parte de quien soy.
No celebro mis 11 años en el exilio, eso no se celebra, porque no fue elegido. Y es algo que en mi familia se ha repetido al menos en las últimas generaciones. Pero si los agradezco profundamente. Agradezco las oportunidades y agradezco mi fortaleza. Agradezco a las personas, los lugares, los nuevos atardeceres y los nuevos sabores. Que ya no son tan nuevos y que se sienten hogar.
Tengo suerte, lo sé, pero eso no quita que hoy el cruce de dos mares tan diferentes broten de mis ojos como lágrimas que a su vez, me limpian un poquito el alma.
Gracias por leer este trocito de vulnerabilidad que vomito en un día, que se mezclan tantas emociones que solo queda eso, escribirlas.
Besis y saludos cordiales.
Que bonito me gusta lo que as escrito me llegó muy dentro de mí, también lloro al recordar lo dejado atrás, pero sigue estando allí,sin saber sí algún día volveremos aver ese árbol que cuándo llovía o hacía aíre era encantador.bueno no somos ni de aquí ni de allá, somos ciudadanos del mundo 🌎,de dónde nos reciban ❤️🤗👍