¿Qué es ser valiente?
Una batalla de piel que busca nuevos caminos.
Después de que el sonido más cálido que pudiste configurar en tu móvil te despierte, abres los ojos pesados y cansados. “Otro día más” piensas. Mientras, se revuelven dentro de ti los recuerdos de la noche anterior. Todo lo que te comiste, sin apenas meditarlo, pensarlo y lo más triste disfrutarlo. Ya sabes que eso te pasa cada vez que algo desajusta tu armonía. Esa armonía con la que paradójicamente luchas día tras día.
Luchar:“oposición, rivalidad u hostilidad entre contrarias que tratan de imponerse la una a la otra” repasas ese concepto de nuevo en tu cabeza. Últimamente, eso es lo que sientes cada día, desde que suena el despertador al alba hasta que lo configuras de nuevo en la oscuridad, arropada bajo el nórdico, que desde hace un tiempo es el único que te abraza. Por eso te desnudas siempre antes de irte a la cama, es el momento en el que sin ropajes pierdes el miedo a que te vean y a que te rechacen. El nórdico te abraza sin juicio, sin condiciones, sin mirarte.
Entre todos estos pensamientos, que van más rápidos que los minutos del reloj que han transcurrido desde que sonó el despertador, decides separarte de ese abrazo inerte, mientras el frío de la mañana te eriza cada poro. Intentas acariciarte para que la piel entre en calor, pero una voz te lo impide, no lo mereces, te invaden de nuevo los recuerdos de la cena. Vas al lavabo, para intentar vaciarte de la culpa, del rechazo, y si pudieras de tu cuerpo. Te recompones como puedes, enciendes la ducha fría para calmar la mente. No te miras al espejo hasta que las telas te cubren por completo. Anchas y estiradas, que no haya un ápice de silueta reflejando tus curvas. Que nada te refleje a ti. Tu cara la cubres, no de telas, pero sí de todo el maquillaje que te cabe en el cajón “Mientras menos me parezca a mí, más me aceptarán” piensas sin quererlo y te duele. Pues eso es lo que has escuchado desde que tienes recuerdos “¿puedes no ser tan tú? Así la gente no te va a querer”. Este último pensamiento se te clava como una aguja entre el esternón y el diafragma. Pero sigues “¡A por el día!, como toda una guerrera”.
En el trabajo pasan las horas y el dolor lo disimulas con humor, tus problemas los escondes con los de las demás. Los tuyos no son tan importantes, y si los cuentas, seguro te dejan de querer. Mejor sé buena amiga, sé lo que esperan de ti, un hombro sobre el que llorar y quien da consejos de amor a aquel amigo que te gusta, pero que nunca se fijara en ti, porque ¿quién soy yo?, piensas ¿Te lo has preguntado alguna vez? Intentas reflexionar. Pero lo que escuchas te aturde, la voz de un monstruo gigante, que no tiene rostro te invade, así que, entre ratos en los que nadie te ve, lo callas con las chocolatinas de la máquina dispensadora del pasillo. Hay días en los que solo te comes una, hay días en los que prefieres no llevar la cuenta y hacer como que nada ha ocurrido mientras camuflas la vergüenza y el dolor tras la pantalla del ordenador escribiendo los problemas de otros y de otras. Se acaba la jornada laboral y te vas al gimnasio, es lo que toca y así, compensas para poder comer más, luego, sin culpa, piensas.
Tras una hora de latigazos en la elíptica, las telas siguen anchas y abundantes, aunque te sofoque el calor, no puede haber demasiada piel al descubierto. No hay ningún cuerpo como el tuyo alrededor, pero sí todos los que desearías tener. Observas las mallas de esa chica, son preciosas, son rosas y te encantan. Nunca te las pondrías, pues solo el negro cubrirá bien todas las carnes que te sobran. “El negro es mejor siempre, es más elegante y le gusta a todo el mundo”.
Llegas a casa a enfrentarte a ella, la cena, y de nuevo el monstruo es más fuerte que tú y pierdes porque estás agotada, porque necesitas ayuda, pero te avergüenza pedirla. ¿Quién va a querer ayudar a una gorda que es incapaz de dejar de comer? ¿Quién va a querer ayudar a una mujer, que usa el lavabo para vaciarse el alma? Buscas de nuevo el refugio del nórdico, buscas ese abrazo muerto en un cúmulo de tela. Es todo lo que tengo. Es todo lo que crees que tienes y pensando en ello te sumerges en un sueño profundo.
De repente estás en la playa, con bikini, de los que cubren poco, gritas, te asustas, buscas con ansias esconderte, pero no hay nada, no hay donde, solo hay personas, muchas. Algunas ni te ven, otras, solo te miran a los ojos y te sonríen. A tu izquierda, un grupo de mujeres te gritan: ¡Ven aquí! ¡Vamos a bailar! Te acercas con vergüenza mientras todas mueven sus cuerpos al son del viento, casi desnudas. Las hay gordas, flacas, con piernas y otras sin ellas, pieles llenas de verrugas, pelos y estrías que te envuelven en un abrazo vivo, real, de piel con piel. Ellas Te ven, pero no te ven las lorzas ni el culo gordo, te ven a los ojos, te ven el alma. Te ven a ti. Quizá por primera vez y en sueños. Sus sonrisas se hacen más gordas y brillantes, tanto que opacan los pensamientos que se entrometen entre tu cuerpo y tú. Me siento bien así.
Te despiertas entre lágrimas, te quitas el nórdico y te abrazas por primera vez en mucho tiempo, sientes tu propia piel. Entiendes que hay una guerra entre él y tú, que aunque hoy lo abraces, mañana puedes volver a dañarlo y rechazarlo.
Entiendes que no puedes tú sola con esta guerra así que coges tu móvil y tecleas en Google.
Mientras te preparas para otra batalla, suena el despertador, pero ya estabas despierta con ansias de que llegara la hora, le llamas. La cita está agendada.
Fuiste valiente, le ganaste una batalla.
Batalla: “inquietud promovida por un conflicto que vienen de dentro y que se impone hacia el exterior en busca de un nuevo camino”. El camino hacia ti misma.
